Ahora que estamos solos, te diremos la verdad. Sí, a nosotros también se nos llena el estómago de mariposillas cada vez que nos lanzamos a un viaje nuevo. Hay una mezcla de emoción e incertidumbre hacia lo que viene y por qué no reconocerlo, también de miedo.Con el paso del tiempo esos miedos han ido cambiando, pero sabemos que de una forma o de otra, siempre hay alguno que se viene con nosotros. Sin embargo, hay un miedo que hemos conseguido aniquilar gracias al viaje: nos referimos, al miedo a las personas. Los años han terminado por demostrarnos a golpe de experiencias en todo el mundo, que al otro lado de cada frontera viven personas con comportamientos muy diferentes a los nuestros, pero con las mismas necesidades. Personas que en el 99% de los casos, son buenas y están dispuestas a ayudar sin buscar nada a cambio.No es una cuestión de países, tampoco de culturas (aunque unas nos resulten más hospitalarias que otras). Es una cuestión de especie.
Elegir unas pocas historias relacionadas con personas de todo el baúl de los recuerdos ha sido difícil, pero aquí van 3 momentos que jamás olvidaremos.
Indonesia: Helio y una lección sobre el respeto a otras culturas
Íbamos tranquilamente andando por un camino en dirección a Bukittinggi cuando una camioneta se detuvo a nuestro lado para preguntarnos a dónde íbamos. “Si queréis, os llevo”. No habíamos sacado el dedo en señal de hacer autostop, pero Helio pensó que podríamos ir más a gusto si hacíamos el viaje juntos. Así que empezamos a hablar, de Indonesia, de su vida, de la nuestra…. La conversación fue tan agradable, que cuando llegamos al pueblo nos invitó a merendar a su casa. Quería que conociéramos a su mujer, enseñarnos las fotos de sus hijos, hablarnos de lo complicado que era para él conseguir un visado para cumplir su sueño de poder viajar a La Meca al menos una vez en la vida, de su trabajo como activista con una ONG ecologista... Antes de irnos, nos regaló un mensaje que todavía hoy nos acompaña: “Gracias por visitar mi país y respetar nuestro código de vestimenta. Yo nunca os hubiera invitado a mi casa si hubierais ido vestidos de otra manera”.
Paraguay: Linda y la invitación más improvisada
Estábamos comprando fruta en una tienda local de camino a Asunción, cuando descubrimos a una mujer observándonos. Era obvio por nuestras enormes mochilas que íbamos de paso.
- Ustedes, no son de aquí ¿verdad? (preguntó tímidamente).
- No, estamos de paso conociendo el país.
- Y ¿dónde comen?
- Bueno, pues… en restaurantes, a veces compramos comida… (nos pilló un poco por sorpresa su preocupación).
- ¿Y hoy?
- Aún no lo hemos pensado.
- Ahh no, no, no… hoy los invito a comer a mi casa.
Lo que pensamos que se quedaría en una comida, terminaron siendo varios días en una granja de avestruces de uno de sus amigos con ella y con su hija. Muchas horas de conversación y una despedida en la que nos daba las gracias por haberle traído a su vida “un soplo de aire fresco”.
Japón: el señor que se desvió 3 horas de su ruta
Es curioso que a pesar de no ser capaces de recordar su nombre, todavía vuelva a nuestra memoria el día en que este hombre decidió desviarse de su ruta para llevarnos a nuestro destino. La historia podría terminar aquí, pero él decidió que podíamos aprovechar el camino para ir a visitar una cascada y un bonito pueblo tradicional, para probar varios dulces japoneses y un té, para ponerse en contacto con las personas de la casa en la que nos quedábamos alojados esa noche y para asegurarse de que nos llevaba hasta la puerta. De eterna y contagiosa sonrisa, sabía poco inglés, aunque no le hizo mucha falta. Se despidió, dándonos su tarjeta personal y fue entonces cuando descubrimos que trabajaba en un equipo especial de rescate. Se desvió unas cuatro horas de su ruta y en dirección contraria. ¿Habríamos hecho nosotros lo mismo?
Según fueron pasando los días recorriendo Indonesia, Paraguay y Japón, experimentamos muchas otras historias de solidaridad y ayuda de manos de buenos samaritanos que se ofrecían espontáneamente para ayudarnos sin ni siquiera haberlo pedido. Aunque lo mismo nos ha pasado en Colombia, en Cuba, en Sudáfrica, en China, en Egipto… y en tantos otros sitios. Son los ángeles de la guarda que aparecen por el camino cuando menos te lo esperas. Sin alas, pero con la solución perfecta a nuestros problemas o simplemente para facilitarnos el camino. Con el único objetivo de compartir un rato, de intercambiar una conversación, de conocer cómo se hacen las cosas en el lugar del que venimos. De demostrarnos que somos un animal social que necesita a sus iguales para sobrevivir. De recordarnos que nos hemos compartimentado en ciudades para facilitarnos la vida, pero que en nuestra esencia, sigue palpitando un corazón que para ensancharse necesita compartir.
Post redactado por 'Algo que recordar'
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